En Argentina, el término «trosko» se ha convertido en una etiqueta común para referirse a sectores de la izquierda, especialmente a quienes militan en corrientes trotskistas. Sin embargo, esta palabra suele usarse con un tono despectivo o simplista que oculta una realidad mucho más compleja y rica, tanto histórica como políticamente.
El trotskismo tiene una larga tradición en nuestro país, presente desde fines de la década de 1920, con una influencia notable en la política, el movimiento obrero y la intelectualidad. Lejos de ser un fenómeno marginal, esta corriente ha sabido adaptarse a distintas coyunturas, manteniendo una vigencia que se refleja hoy en espacios electorales como el Frente de Izquierda y de los Trabajadores – Unidad (FIT-U), que agrupa a las principales fuerzas trotskistas y que ha logrado representación parlamentaria con figuras como Myriam Bregman o Alejandro Vilca, quienes combinan un discurso de izquierda radical con una estrategia de acercamiento a sectores jóvenes y trabajadores.
No obstante, el trotskismo no es una corriente homogénea ni un bloque cerrado. Dentro de la izquierda argentina, existen debates profundos y a veces ásperos sobre su rol, sus estrategias y sus límites. Sectores que se autodefinen como parte de la izquierda tradicional o nueva izquierda discuten sobre la vigencia del trotskismo, sus propuestas y su relación con otras expresiones políticas. Estos intercambios se reflejan en eventos recientes como el III Evento León Trotsky, realizado en la Universidad de Buenos Aires, donde se debatió el legado de Trotsky y Lenin, la situación mundial, y el papel del trotskismo frente a la irrupción de figuras como Javier Milei y su discurso libertario de derecha, que compite por captar a jóvenes descontentos con la «casta política».
Este debate interno no solo es histórico sino también estratégico y táctico. Por ejemplo, la izquierda discute cómo enfrentar a la extrema derecha libertaria que, con un discurso «anticasta» y de defensa del capitalismo sin Estado, ha logrado posicionarse con fuerza en las encuestas presidenciales. Los trotskistas insisten en que «la rebeldía solo puede ser de izquierda», y buscan disputar ese espacio con un discurso que combina crítica al capitalismo con referencias culturales contemporáneas.
Además, en el ámbito académico y político se analizan las tensiones entre el trotskismo como «izquierda tradicional» y las nuevas formas de izquierda que emergen en el escenario político y social. Estas discusiones incluyen la revisión de la historia del movimiento estudiantil, la relación con el sindicalismo clasista y la estrategia frente a gobiernos neoliberales o populistas.
El uso del término «trosko» para encasillar y descalificar a la izquierda radical contribuye a invisibilizar esta pluralidad y a reducir un legado histórico y político a un cliché. Esta simplificación empobrece el debate público y dificulta comprender las distintas propuestas que conviven en el espectro de la izquierda argentina.
Reconocer que el trotskismo es una subcultura política con identidad propia, pero también parte de un campo más amplio en constante debate, es fundamental para superar prejuicios y enriquecer el diálogo democrático. Llamar «trosko» a alguien debería ser, más que un insulto, un punto de partida para conocer una tradición política que sigue siendo un actor relevante y en disputa dentro de la izquierda argentina.
En tiempos de polarización creciente y desafíos sociales complejos, entender estas diferencias internas y sus debates no solo aporta claridad, sino que también fortalece la democracia y la pluralidad política en nuestro país.