Hoy, 28 de diciembre de 2025, se conmemora el centenario de la muerte de Maurice Ravel, uno de los compositores más influyentes del siglo XX, cuyo legado trasciende fronteras y géneros musicales.
Fallecido un día como este en 1937, a los 62 años, Ravel dejó un vacío en el mundo de la música clásica que aún resuena en salas de concierto, películas y hasta en la cultura pop contemporánea. Su partida, provocada por complicaciones tras un accidente automovilístico y agravada por una misteriosa enfermedad neurológica, marcó el fin de una era de innovación armónica y orquestal que revolucionó la composición moderna.
Ravel nació el 7 de marzo de 1875 en Ciboure, un pequeño pueblo vasco en el suroeste de Francia, en el seno de una familia de intelectuales. Su padre, un ingeniero suizo, fomentó su pasión por la música desde temprana edad, mientras que su madre vasca le transmitía el folklore de su región natal, elemento que impregnaría obras como Rapsodie espagnole (1907). Estudió en el Conservatorio de París bajo la tutela de Gabriel Fauré, donde desarrolló un estilo único: refinado, preciso y cargado de color orquestal, siempre al borde de la experimentación sin caer en el caos.
OBRAS MAESTRAS QUE DEFINIERON UNA ÉPOCA
Entre sus creaciones más emblemáticas destaca Boléro (1928), esa obra obsesiva e hipnótica encargada por la bailarina Ida Rubinstein, que con su ritmo incesante y crescendo orquestal se convirtió en un fenómeno global. Interpretada miles de veces en todo el mundo, incluyendo versiones en cine como la de 10 de Blake Edwards (1979) o incluso en anuncios modernos, Boléro encapsula la genialidad de Ravel para hipnotizar al oyente. No menos icónica es Pavane pour une infante défunte (1899), un lamento elegante que evoca la melancolía de un pasado noble, o Gaspard de la nuit (1908), un tríptico pianístico de virtuosismo extremo inspirado en poemas de Aloysius Bertrand.
Ravel admiraba a Claude Debussy, su contemporáneo, pero forjó su propio camino alejándose del impresionismo puro hacia un neoclasicismo pulido. Colaboró con Sergei Diaghilev en los Ballets Rusos, componiendo Daphnis et Chloé (1912), una sinfonía coral que algunos consideran su obra cumbre por su exuberancia sensorial. Su afinidad con el jazz americano, evidente en Sonata para violín y piano (1927), lo posicionó como puente entre Europa y el Nuevo Mundo, influenciando a figuras como George Gershwin.
EL ACCIDENTE FATAL Y EL MISTERIO DE SU ENFERMEDAD
El 19 de diciembre de 1932, Ravel sufrió un grave accidente de auto cerca de París, que le provocó un trauma craneal severo. Aunque inicialmente pareció recuperarse, pronto mostró signos de afasia progresiva y pérdida de memoria, incapaz de recordar incluso sus propias composiciones. Diagnosticado erróneamente en su momento, hoy los expertos apuntan a la enfermedad de Pick o una forma de afasia primaria progresiva, un deterioro cerebral que lo privó de su mayor don: la creación musical. Falleció el 28 de diciembre de 1937 en París, tras negarse a una operación cerebral que podría haberlo dejado en estado vegetativo.
Su muerte conmocionó al mundo artístico. Figuras como Manuel de Falla e Igor Stravinsky lo elogiaron como un «poeta del piano» y un orquestador sin par. Enterrado en el cementerio de Levallois-Perret, su tumba sencilla refleja su humildad, contrastando con la grandeza de su obra.
LEGADO INMORTAL EN LA CULTURA CONTEMPORÁNEA
Cien años después, Ravel sigue vivo. Sus piezas suenan en películas como Shine (1996) o Amélie (2001), y artistas como Lang Lang o Yuja Wang las reinterpretan con frescura. En Argentina, donde la música clásica tiene arraigo profundo, orquestas como la Filarmónica de Buenos Aires han dedicado ciclos a su obra, especialmente en efemérides como ésta. Su influencia se extiende al ballet, la música de cine y hasta el pop experimental, recordándonos que la genialidad trasciende el tiempo.
Maurice Ravel no solo compuso notas; tejió emociones eternas. En este centenario, vale la pena volver a sus partituras para redescubrir la magia de un creador que, aun en silencio, sigue hablando al alma humana.