LA SALUD MENTAL ARGENTINA, EN TERAPIA INTENSIVA POR LA CRISIS ECONÓMICA
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La “estabilidad” macroeconómica no alcanza para calmar la angustia cotidiana. Recesión, tarifazos y salarios estancados: un cóctel explosivo que dispara el estrés y la ansiedad, llevando a la salud mental al borde del colapso.
Como periodista, camino las calles y escucho a la gente. Y en estos tiempos de supuesta “luz al final del túnel” económico, lo que oigo no es precisamente un coro de optimismo. Si bien las cifras de inflación parecen dar un respiro, la realidad cotidiana de los argentinos está marcada por la incertidumbre, el ajuste constante y la angustia de no llegar a fin de mes.
El discurso oficial celebra la baja de la inflación y la relativa estabilidad del dólar. Pero, ¿a qué costo? La recesión económica se profundiza, los tarifazos en servicios básicos golpean los bolsillos, el monotributo y la obra social se comen una porción cada vez mayor de los ingresos, y los salarios, simplemente, no alcanzan. El espejismo de la estabilidad macroeconómica se desvanece ante la cruda realidad de familias que recortan gastos, postergan proyectos y viven con la constante preocupación de perder su empleo.
En este contexto, la salud mental se convierte en la gran damnificada. El estrés económico se traduce en ansiedad, depresión, irritabilidad y problemas de sueño. La incertidumbre sobre el futuro genera angustia y desesperanza. Las tensiones familiares se intensifican, y las relaciones personales se resienten.
Según datos del Observatorio de Psicología Social de la UBA, el 72% de los argentinos reconoce que los problemas económicos impactan negativamente en su salud mental. Y no es para menos. Vivir con la constante presión de no poder cubrir las necesidades básicas, de no poder brindar un futuro digno a los hijos, de no poder acceder a una vivienda o a una atención médica adecuada, genera un desgaste emocional que puede tener consecuencias devastadoras.
Pero más allá de las estadísticas, lo que realmente importa son las historias individuales. Conozco a Juan, un padre de familia que trabaja jornadas interminables para mantener a su esposa y sus dos hijos. Lo veo agotado, irritable, con ojeras profundas y una preocupación constante en la mirada. Sé que duerme poco, que se saltea comidas y que ha dejado de lado sus hobbies. La crisis lo está consumiendo por dentro.
También conozco a María, una joven profesional que vive sola y lucha por independizarse. La veo frustrada, ansiosa, con ataques de pánico cada vez más frecuentes. La incertidumbre laboral, el aumento del alquiler y los gastos imprevistos la mantienen al borde del colapso. Ya no puede disfrutar de sus salidas con amigos, ni de sus clases de yoga. La crisis le está robando la alegría de vivir.
La salud mental no es un lujo, es una necesidad básica. Y en tiempos de crisis, es fundamental prestarle atención. Es hora de dejar de minimizar el impacto emocional de la situación económica y de empezar a tomar medidas concretas para proteger el bienestar de los argentinos.
Necesitamos políticas públicas que garanticen el acceso a la atención en salud mental, que promuevan la educación financiera y que fortalezcan las redes de apoyo comunitario. Necesitamos un Estado presente, que escuche a la gente, que comprenda sus necesidades y que ofrezca soluciones reales.
Pero también necesitamos cambiar nuestra propia mentalidad. Debemos aprender a gestionar el estrés, a priorizar el autocuidado y a buscar ayuda cuando la necesitamos. Debemos ser más compasivos con nosotros mismos y con los demás, y recordar que no estamos solos en esto.
La crisis económica es un desafío enorme, pero no tiene por qué robarnos la salud mental. Juntos, podemos superar esta tormenta y construir un futuro más próspero y saludable para todos.