El 14 de diciembre de 1946, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó establecer su sede central en la ciudad de Nueva York, consolidando a Estados Unidos como epicentro de la diplomacia global en la posguerra.
La decisión se produjo apenas un año después del fin de la Segunda Guerra Mundial, en un contexto de reconstrucción, tensiones emergentes de Guerra Fría y la búsqueda de un foro permanente para el diálogo entre Estados.
La instalación definitiva de la ONU en Nueva York transformó a la ciudad en escenario de debates sobre paz, descolonización, derechos humanos y desarrollo sostenible. Desde aquel 14 de diciembre, el edificio junto al East River se convirtió en símbolo de las contradicciones del sistema internacional: un espacio de negociación permanente atravesado tanto por acuerdos históricos como por vetos, crisis y desafíos al multilateralismo.