Paul Hindemith, uno de los compositores más influyentes del siglo XX y figura clave en la renovación de la música clásica, falleció el 28 de diciembre de 1963 en Fráncfort del Meno, Alemania Occidental, a los 68 años, víctima de un cáncer de páncreas.
Su partida dejó un vacío en el mundo musical, donde su audaz fusión de tradición y modernidad había revolucionado el panorama sonoro de Europa y Estados Unidos. Nacido el 16 de noviembre de 1895 en Hanau, cerca de Fráncfort, Hindemith emergió como un prodigio en un contexto de turbulencias históricas: la Primera Guerra Mundial, la República de Weimar y el ascenso del nazismo, que lo obligaron al exilio.
Desde niño, Hindemith demostró un talento excepcional. Huérfano de padre a temprana edad, se formó en la Hochschule für Musik de Fráncfort, donde dominó el violín, la viola y la composición. A los 20 años ya se dirigió a la Ópera de Berlín y formó parte del célebre Cuarteto Amar, innovando con repertorios contemporáneos. Su estilo, conocido como Neue Sachlichkeit (Nueva Objetividad), rechazaba el romanticismo exacerbado de Wagner o Strauss para abrazar una música funcional, rítmica y accesible, inspirada en Bach y la polifonía barroca. Obras como la Sinfonía de la Concordia (1932) o la ópera Mathis der Maler (1938), basada en el pintor Matthias Grünewald, reflejan su filosofía: la música debe servir al ser humano, no al revés.
El nazismo marcó un giro dramático en su carrera. A pesar de su popularidad inicial en Alemania —donde fue director de la Berliner Hochschule für Musik—, su música «degenerada» por su complejidad armónica y su rechazo al antisemitismo lo condenó. En 1934, tras un artículo de los nazis que lo tildaba de «judío cultural», Hindemith emigró primero a Suiza y luego a Estados Unidos en 1940. Allí, en la Universidad de Yale, enseñó composición y consolidó su influencia en la posguerra. Compuso himnos como Nobilissima Visione para Martha Graham y un concierto para viola que él mismo estrenó, destacando su virtuosismo instrumental.
Su legado trasciende fronteras. Hindemith defendió la «música utilitaria», argumentando en tratados como Compositora y música (1930) y Una lección de composición (1941) que la armonía debía basarse en intervalos naturales, no en la tonalidad cromática. Influyó en generaciones, desde Stravinsky hasta compositores minimalistas. En América Latina, su música se interpretó en ciclos de la OSN en Buenos Aires durante los años 50, y hoy resuena en salas como el Colón. En un mundo polarizado, Hindemith recordó que el arte es resistencia: «La música no debe ser un lujo, sino una necesidad vital».
Décadas después de su muerte, Hindemith sigue vigente. Festivales como el de Fráncfort o grabaciones de la Filarmónica de Berlín mantienen viva su obra. Su tumba en el cementerio de Rin, bajo un epitafio minimalista, invita a reflexionar: ¿qué queda de un compositor que huyó del totalitarismo para reinventar la armonía?