En plena campaña con el lema «No volvamos al pasado» que impulsan los candidatos de La Libertad Avanza y exPRO, el intendente de Tres de Febrero, Diego Valenzuela, se suma con su habitual discurso de «cambio profundo». Sin embargo, la realidad que muestra su gestión y sus respuestas públicas desnudan una marcada distancia entre su retórica y su práctica política.
El mismo Valenzuela, que ahora quiere consolidar una transformación en la provincia y el país, no puede evitar caer en las viejas mañas de la política tradicional: responder a las críticas minimizándolas con referencias a sus supuestas victorias electorales. Su reciente enfrentamiento con Leo Grosso del Movimiento Evita San Martín es un claro reflejo de esto. Grosso le recordó que en las últimas elecciones provinciales Valenzuela perdió por 10 puntos frente a Katopodis, y la respuesta del intendente fue una soberbia defensa basada en los «seis elecciones ganadas en Tres de Febrero» y en su supuesto apoyo popular del pasado, con frases que rozan la arrogancia.
Esta actitud ofensiva y poco empática no es nueva. Ya en reiteradas ocasiones, cuando vecinos del municipio le han reclamado por problemas tan graves como la inseguridad, Valenzuela ha respondido con la misma lógica: exhibir sus triunfos electorales como si eso invalidara cualquier reclamo ciudadano. Decir «cuatro elecciones ganadas, cuatro» frente al pedido de seguridad no es solo una falta de respeto, es la muestra de un político desconectado de las urgencias reales de su comunidad.
El discurso de Valenzuela, que busca vender una imagen de cambio, se basa más en la protección de un liderazgo autorreferencial y en la negación del conflicto que en una intención genuina de escuchar o resolver los problemas. A punto tal que lo que debería ser un llamado a unidad y soluciones se convierte en un choque de egos y en un recurso repetido a la memoria electoral para esconder la ausencia de resultados concretos.
Así, la frase «No volvamos al pasado» se torna irónica cuando el propio intendente se aferra a las fórmulas del pasado, defendiendo su gestión con discursos más propios de un caudillo que de un representante comprometido con el cambio profundo. La verdadera transformación no se logra con eslóganes ni con la repetición de victorias electorales, sino con respuestas inmediatas a las necesidades que, hasta ahora, parecieran quedar relegadas ante la importancia que Valenzuela otorga a su figura.
Queda claro que el cambio que propone Diego Valenzuela parece más un relato para la campaña que una realidad palpable. La comunidad de Tres de Febrero merece más que slogans y triunfos para la foto: necesita un gobierno que escuche y actúe, no un intendente que se refugie en su historial para esquivar críticas legítimas.