EL FIN DEL NEOLIBERALISMO Y EL PROGRESISMO, AUMENTA LA EXTREMA DERECHA
Se vive un clima de época muy diferente a otras decadas, pero no muy distinto.
El sistema capitalista está terminado en los conceptos clásicos ante la falta de respuestas concretas de resolver problemas de fondo. Aunque eso no significa que el mundo o Sudamérica gire hacia la izquierda o el progresismo.
Cuando se plantea que la izquierda crece en el mundo, no es cierto tal hecho. Hubo una época pasada en la que se confundió Progresismo con Izquierda, si bien fueron años exitosos de la mano de Chávez, Correa, Lula, Néstor Kirchner, Evo, Pepe Mujica, Lugo, de todos esos muy pocos fueron a fondo contra el poder real.
Y de esos que se animaron a luchar contra el poder, fueron derrocados por medio de golpes de estados o Lawfare. El progresismo a medias tintas no logró derrotar al capitalismo o neoliberalismo que hace rato está agotado.
Eso permitió que las extremas derechas en el mundo y Sudamérica fueran creciendo de la mano de grupos radicalizados, fascistas o nazis. Su origen ideológico reside en el pensamiento contrarrevolucionario conservador del francés Joseph de Maistre, quien, a partir de finales del siglo xviii, reivindicaba la Edad Media como modelo, situando la ruptura en el fin del antiguo régimen con la revolución de 1798, con una postura que se acercaba más al involucionismo político.
A pesar de eso en la actualidad se dice que la extrema derecha cambio su forma de expresarse, van mutando, aunque mantienen la base de ser extremos de derecha. Tampoco son algo parecido a los partidos neofascistas de la segunda mitad del siglo XX. Los ultras de la actualidad visten camisa y a veces incluso se ponen una corbata: ya no se les ve con cabeza rapada, camperas de cuero y esvásticas tatuadas haciendo el saludo romano en concentraciones autoguetizantes. Hablan, así dicen, el lenguaje de la gente corriente, defienden el “sentido común”, se alejan formalmente de las ideologías del pasado.
Al mismo tiempo, el mundo ha cambiado. Radicalmente. Aunque nuestros sistemas institucionales son hijos de la época contemporánea y no han sufrido grandes transformaciones, nuestras sociedades ya no son las mismas. Por más inri, el miedo a los cambios rápidos que estamos viviendo –en el mundo del trabajo, las comunicaciones, la tecnología, etc.– han conllevado una verdadera crisis cultural y de valores difícilmente comparable con épocas anteriores. Estas formaciones son hijas de este comienzo de principios de siglo XXI, de sus transformaciones, miedos y percepciones.
No tiene sentido pues hablar de fascismo o neofascismo para definir estas formaciones políticas. Para un fenómeno nuevo es necesaria una definición nueva: no podemos recurrir a conceptos ya existentes. Ahora bien, si consideramos que el populismo no es una ideología, sino un estilo, un lenguaje o una estrategia política, tampoco nos sirve el concepto de populismo, se decline como se decline. Eso sí, todas estas formaciones y sus líderes son demagogos y utilizan las herramientas populistas porque nos encontramos en una fase o momento populista. Definirlos por lo que es una marca de los tiempos –y, a fin de cuentas, un adjetivo– no ayuda en su comprensión. Al contrario: acaba, consciente o inconscientemente, blanqueándolos.
Lo cierto es que la extrema derecho crece y cada vez más el centro va desapareciendo o la posibilidad de una tercera vía. La Izquierda clásica y tradicional tampoco logra tener un crecimiento parecido al de las extremas derechas.