Hace 109 años, en la gélida noche del 30 de diciembre de 1916, Grigori Yefímovich Rasputín, el controvertido místico siberiano apodado el “monje loco”, fue asesinado en Petrogrado (hoy San Petersburgo) por un complot nobiliario que buscaba “salvar” a la Rusia imperial de su influencia.

El evento, que hoy recordamos en esta efeméride histórica, no solo vendió el destino de un personaje enigmático, sino que aceleró la caída de los Romanov, presagiando la Revolución Rusa de 1917.

Rasputín, nacido en 1869 en una humilde aldea de Siberia, irrumpió en la corte del zar Nicolás II gracias a su reputación como sanador. Su ascenso se debió a la hemofilia del zarevich Alexei, hijo del zar y la zarina Alejandra. En 1907, tras curar milagrosamente un sangrado del niño, Rasputín se ganó la confianza de la familia real. Pronto, su influencia se expande a decisiones políticas, alimentando rumores de orgías, hipnosis y manipulación de la zarina, de origen alemán, en plena Primera Guerra Mundial. La nobleza rusa lo veía como un peligro: un analfabeto obsceno que emborronaba el prestigio del trono.

El complot fue urdido por el príncipe Félix Yusupov, primo del zar, junto al gran duque Dmitri Pávlovich y el político Vladímir Purishkévich. Invitaron a Rasputín al palacio Moika, bajo el pretexto de una fiesta. A las 23:30, le sirvieron vino con cianuro, pero el monje resistió. Yusupov, desesperado, le disparó en el pecho. Rasputín cayó, pero se levantó y huyó tambaleante hacia el patio nevado. Purishkévich lo remató con cuatro tiros más. Aún vivo, lo ataron y arrojaron al río Neva, envuelto en una alfombra. Su cadáver, hallado dos días después, mostraba signos de ahogamiento: había muerto congelado en el agua helada.

La autopsia reveló una resistencia sobrehumana: el veneno no actuó, y las balas no lo mataron de inmediato. Este mito alimentó leyendas sobre poderes sobrenaturales. El zar, presionado, exilió a los conspiradores en lugar de castigarlos severamente. Nicolás II escribió en su diario: “La muerte de Rasputín no traerá nada bueno”.

El asesinato no salvó al régimen: seis semanas después, estalló la Revolución de Febrero. Rasputín, símbolo de la decadencia zarista, dejó una carta profética meses antes: “Si me matarán, el trono caerá en un año”. Así fue. Hoy, su tumba perdida y su palacio convertido en museo nos recuerdan cómo un místico campesino desestabilizó un imperio.

En un mundo de fake news y líderes carismáticos, la historia de Rasputín interpela: ¿héroe o villano? Su sombra sigue viva en la Rusia contemporánea.

 

Con AFP.

Sobre Nosotros

Por Claudio Gambale

Claudio Gambale 47 años , Periodista de Tres de Febrero.