El 26 de diciembre de 1991 marcó el ocaso definitivo de la Unión Soviética, un coloso que durante 74 años dominó la mitad del mundo bipolar. Esa fecha, Mijaíl Gorbachov renunció formalmente a la presidencia en un breve discurso televisado, y la bandera roja con hoz y martillo fue arriada del Kremlin para ser reemplazada por la tricolor rusa.

Este evento no fue un rayo en cielo sereno, sino el clímax de reformas como la perestroika (reestructuración económica) y la glasnost (transparencia política) iniciadas por Gorbachov en 1985, que pretendían salvar el sistema comunista pero terminaron acelerando su implosión.

La disolución creó 15 repúblicas independientes, desde Rusia hasta las bálticas y las centroasiáticas, liberando a 290 millones de personas de un régimen que prometía igualdad pero entregó estancamiento, corrupción y hambrunas. Económicamente, el PIB soviético se hundió un 40% en la década previa por ineficiencias del plan quinquenal y la carrera armamentista con Estados Unidos, que bajo Reagan agotó recursos con la «Guerra de las Galaxias». Políticamente, el fallido golpe de Estado de agosto de 1991 contra Gorbachov, orquestado por hardliners del KGB y el ejército, empoderó a Boris Yeltsin, quien desde la Casa Blanca de Rusia desafió a los golpistas subido a un tanque, simbolizando el triunfo del nacionalismo sobre el centralismo moscovita.

Antecedentes de la Crisis

La URSS nació en 1922 de las cenizas de la Revolución Bolchevique de 1917, expandiéndose tras la Segunda Guerra Mundial a Europa del Este con el Telón de Acero. Eventos clave como la invasión de Hungría (1956), Praga (1968) y la guerra en Afganistán (1979-1989) erosionaron su legitimidad, costando 15.000 vidas soviéticas y billones en rublos. Para los años 80, el alcoholismo, la brecha con Occidente y el desastre de Chernóbil en 1986 expusieron la fragilidad del sistema: la glasnost permitió críticas públicas que antes eran traición.

En las repúblicas periféricas, movimientos independentistas florecieron. Lituania, Letonia y Estonia declararon soberanía en 1990-1991, seguidas por Ucrania en un referéndum del 1 de diciembre de 1991 donde el 90% votó por la independencia. El Tratado de Belavezha, firmado el 8 de diciembre por Rusia, Ucrania y Bielorrusia en una cabaña bielorrusa, disolvió la URSS y creó la Comunidad de Estados Independientes (CEI), un ente laxo sin poder real.

Impacto Global e Inmediato

La caída soviética selló el fin de la Guerra Fría, permitiendo la reunificación alemana en octubre de 1991 y la expansión de la OTAN hacia el este, pese a promesas occidentales a Gorbachov de no hacerlo. Estados Unidos emergió como hiperpotencia única, con el «fin de la historia» de Fukuyama celebrando el triunfo liberal. Sin embargo, el vacío de poder generó caos: hiperinflación en Rusia (2.500% en 1992), mafias emergentes y guerras civiles en Yugoslavia, Georgia y Tayikistán.

Militarmente, tratados como START redujeron arsenales nucleares de 70.000 a menos de 6.000 ojivas hoy. Culturalmente, simbolizó el colapso del comunismo como ideología viable, con el Muro de Berlín cayendo en 1989 como precursor visual.

Repercusiones en Argentina y Latinoamérica

En Argentina, la disolución impactó profundamente el menemismo (1989-1999), que abrazó el Consenso de Washington: privatizaciones masivas como YPF y Aerolíneas, convertibilidad peso-dólar y apertura comercial. El fin soviético cortó apoyos a guerrillas como Montoneros y ERP, facilitando la transición democrática post-dictadura. Menem visitó Rusia en 1991, sellando lazos que perduran en gas y carne exportada.

En Latinoamérica, gobiernos izquierdistas como el sandinismo en Nicaragua colapsaron sin subsidios soviéticos, mientras Cuba resistió con Chávez emergiendo después. Hoy, con Putin reconstruyendo influencia en Venezuela y Cuba, el fantasma soviético revive en tensiones con Occidente, recordando cómo 1991 reconfiguró alianzas globales.

Legado Duradero y Lecciones

Treinta y cuatro años después, Rusia bajo Vladimir Putin reivindica la URSS como «gran poder» disuelto por traidores, anexando Crimea en 2014 y Ucrania en 2022 en un eco imperial. Exrepúblicas como Ucrania y Georgia oscilan entre UE/OTAN y órbita rusa, con guerras híbridas persistiendo. Económicamente, China absorbió el modelo comunista «con características chinas», superando a Rusia.

La efeméride del 26 de diciembre enseña que imperios colapsan por rigidez interna más que por presiones externas: corrupción, nacionalismos reprimidos y obsolescencia tecnológica. En un mundo multipolar con IA y cambio climático, evoca la necesidad de reformas adaptativas para evitar implosiones similares.

Con AFP.​

Sobre Nosotros

Por Claudio Gambale

Claudio Gambale 47 años , Periodista de Tres de Febrero.