El 3 de diciembre de 1990 estalló el cuarto y último levantamiento carapintada, conocido como Operación Virgen de Luján, liderado por el coronel Mohamed Alí Seineldín contra el mando del Ejército Argentino durante el gobierno de Carlos Menem.
Esta sublevación militar, que duró menos de un día, concentró acciones en Buenos Aires y otras localidades clave, dejando un saldo de 14 muertos —incluidos cinco civiles, dos oficiales fusilados ilegalmente y una persona suicida— y alrededor de 200 heridos. Representó el clímax de tensiones postdictatoriales, con reclamos por juicios a militares y cambios en la cúpula castrense, marcando un punto de inflexión en la subordinación de las Fuerzas Armadas a la democracia.
Contexto Histórico y Antecedentes
Los carapintadas surgieron en 1987 bajo el gobierno de Raúl Alfonsín, con sublevaciones lideradas por Aldo Rico que pintaban sus caras para ocultar identidades y exigían indultos para represores de la dictadura. Entre 1987 y 1990 se registraron cuatro alzamientos, el tercero en 1988 también impulsado por Seineldín, quien rechazaba lo que consideraba «venganza» contra oficiales por Malvinas y la guerra sucia. En 1990, bajo Menem, el clima se tensó por reformas militares y la designación del general Martín Bonnet como jefe del Ejército, vista como hostil por sectores nacionalistas. Seineldín, confinado en San Martín de los Andes, planeó la operación invocando a la Virgen de Luján como símbolo religioso-nacionalista.
Desarrollo de los Eventos
En la madrugada del 3 de diciembre, unos 50 militares sublevados ocuparon el Edificio Libertador (sede del Ejército), el Regimiento de Infantería 1 «Patricios» en Palermo, la fábrica de tanques TAMSE en Boulogne, el Batallón de Intendencia 601 y unidades de la Prefectura Naval. Transmitieron mensajes por radio exigiendo la renuncia de Bonnet y el alto a juicios por lesa humanidad. Menem decretó el estado de sitio y ordenó la represión bajo Bonnet y el general Martín Balza, con sobrevuelos de aviones de combate y bloqueos en rutas como la Panamericana. Combates intensos en Patricios y TAMSE incluyeron cañones de 105 mm y ametralladoras; un tanque fugitivo chocó un colectivo de la línea 60, causando cinco muertes civiles.
La tragedia escaló con la muerte de dos oficiales leales, el general José Ibarzábal y el coronel Jorge Degiorgi, fusilados por rebeldes en Patricios, lo que indignó al Ejército y selló el fracaso del alzamiento. Seineldín, bloqueado en Chapelco, se rindió al mediodía; nueve tanques huyeron hacia Mercedes pero fueron capturados. La rápida respuesta leal, con cadetes y blindados, recuperó todos los objetivos para la tarde, evitando una noche de caos.
Consecuencias y Juicios
Quince militares fueron condenados, con Seineldín recibiendo cadena perpetua por rebelión y homicidio; otros líderes como Ricardo Brügge y Mohamed Alí Agüero recibieron penas similares. En 2003, Eduardo Duhalde los indultó, generando controversia sobre la reconciliación militar. El episodio fortaleció la autoridad de Menem, consolidó la lealtad castrense y puso fin a las sublevaciones post-1983, pavimentando la «reconciliación» con las Fuerzas Armadas vía indultos a represores en 1989-1990.
Legado en la Democracia Argentina
A 35 años, el levantamiento subraya la fragilidad democrática tras la dictadura, con lecciones sobre control civil de militares y rechazo a pronunciamientos. Balza, héroe leal, luego promovió la «doctrina Balza» de ética castrense. Hoy evoca debates sobre impunidad, nacionalismo militar y estabilidad institucional en contextos de crisis económica y política.