CAPITALISMO SALVAJE: COMER SANO SALE MÁS CARO QUE CONSUMIR COMIDA CHATARRA

El capitalismo salvaje ha transformado la alimentación en un negocio que prioriza las ganancias sobre la salud de las personas, generando un sistema alimentario que se caracteriza por la producción masiva de alimentos poco saludables.

Este modelo se basa en el uso intensivo de agroquímicos y agrotóxicos, que no solo afectan la calidad de los productos, sino que también tienen consecuencias graves para la salud pública. En este contexto, el exceso de azúcares y otros ingredientes nocivos se convierte en una estrategia comercial para maximizar el consumo y, por ende, las utilidades.

Un aspecto alarmante del sistema actual es que comer de manera saludable suele ser significativamente más caro. En Argentina, por ejemplo, optar por una dieta equilibrada puede costar entre dos y tres veces más que alimentarse con productos ultraprocesados. Esta situación refleja una inversión desigual en la salud, donde los alimentos más nutritivos son inaccesibles para gran parte de la población, obligándola a recurrir a opciones menos saludables debido a limitaciones económicas. Así, el consumo de carne, que podría parecer una opción económica, se convierte en un arma de doble filo: aunque es barata, su ingesta excesiva está asociada a problemas de salud como enfermedades cardiovasculares y obesidad.

La ausencia de políticas públicas efectivas que promuevan una alimentación saludable agrava esta crisis. En lugar de regular la industria alimentaria y fomentar prácticas sostenibles y nutritivas, el enfoque capitalista prioriza el lucro. La producción alimentaria está dominada por grandes corporaciones que imponen sus intereses económicos sobre las necesidades nutricionales de la población. Esto resulta en un ciclo vicioso donde los alimentos más accesibles son también los más dañinos para la salud.

Este escenario nos lleva a reflexionar sobre cómo el mundo está al revés: mientras que el acceso a alimentos saludables debería ser un derecho universal, en realidad es un privilegio. La lógica del mercado ha despojado a muchas personas de su capacidad para elegir opciones nutritivas. La creciente industrialización de la alimentación ha homogenizado nuestras dietas, eliminando las tradiciones culinarias locales y reemplazándolas con productos estandarizados que priorizan el sabor artificial y la conveniencia sobre la calidad nutricional.En conclusión, el capitalismo salvaje no solo transforma la comida en un bien comercializable; también pone en riesgo la salud pública al promover una alimentación poco saludable y accesible solo a través del consumo masivo y desinformado. Es urgente replantear este modelo y abogar por políticas que prioricen el bienestar colectivo sobre los intereses individuales de lucro. Una alimentación variada y saludable debe ser reconocida como un derecho social fundamental, no como un lujo reservado para unos pocos.

 

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