Leopoldo Federico, uno de los más grandes bandoneonistas y compositores del tango argentino, falleció el 28 de diciembre de 2014 a los 87 años en el Sanatorio de la Trinidad, en el barrio porteño de Palermo. Nacido el 12 de enero de 1927 en Buenos Aires, Federico dejó un legado imborrable en la música ciudadana, destacándose por su virtuosismo en el bandoneón y su capacidad para fusionar tradición con innovación.
Trayectoria Musical
Federico comenzó su carrera en la década de 1940, integrando orquestas legendarias como las de Astor Piazzolla, Horacio Salgán y Mariano Mores, donde su sonido potente y melódico se convirtió en sello distintivo. En 1955 formó su propia orquesta, con la que grabó discotecas emblemáticas y actuó en las milongas más prestigiosas de Buenos Aires, elevando el tango a nuevas alturas de elegancia y emoción. Su estilo, apodado «el bandoneón que llora», combinaba la pasión del canyengue con toques modernos, influyendo en generaciones de músicos.
Obras emblemáticas
Entre sus composiciones más destacadas figuran tangos como «Cabulero», «Sentimental» y «Canyengue», piezas que capturan la esencia porteña con melodías inolvidables y arreglos sutiles. Federico también dirigió orquestas estables en radio y televisión, y colaboró en programas como los de Edmundo Rivero, consolidándose como un puente entre el tango clásico y sus evoluciones. Su disco «Che, Bandoneón» (1978) es considerado un hito por su interpretación magistral de clásicos gardelianos.
Legado en el Tango
La muerte de Federico sumió al mundo del tango en duelo, con figuras como Salgán destacando su papel como «una verdadera leyenda» por su humildad y entrega total al instrumento. Hijo de inmigrantes italianos, representó el espíritu obrero y apasionado del tango bonaerense, tocando en cabarets y teatros hasta sus últimos años. Hoy, su partida invita a recordar su contribución eterna al patrimonio cultural argentino, con presentaciones póstumas y homenajes que mantienen vivo su bandoneón.