En pleno siglo XXI, cuando la igualdad de género avanza como bandera irrenunciable, todavía persisten formas silenciosas de violencia y dominación que muchas veces no se reconocen como cuentos. Los micromachismos —esas pequeñas acciones o comentarios que parecen inofensivos— representan un obstáculo cotidiano para muchas mujeres, incluso en ámbitos donde la lucha por los derechos debería ser clara y contundente.
Hacer chistes viejos sobre mujeres, negar la gravedad del feminidio, o asumir que el poder que se ostenta da derecho a estar por encima de compañeras son claros ejemplos de comportamientos inaceptables que todavía ocurren con frecuencia. No respetar un «no» cuando una mujer rechaza una petición, insistir con mensajes fuera de lugar e incluso aprovecharse de la confianza ganada en la militancia vulnera la seguridad y el bienestar de muchos.
Esta realidad demuestra que, aunque algunos varones se consideran «desconstruidos», nadie está exento de practicar el machismo en mayor o menor medida. Muchos ni siquiera lo reconocen, y algunos prefieren aferrarse a la idea anacrónica de que la igualdad se logra solo negando esas desigualdades y problemas históricos. Sin embargo, la historia nos recuerda ejemplos de valentía que marcaron un cambio drástico, como Evita Perón, quien con coraje y determinación rompió moldes y exigió espacios para las mujeres relegadas.
Lamentablemente, todavía hay hombres dentro de la militancia que, simplemente por su género, se creen con potestad para pasar por encima de las mujeres o decidir por ellas qué es lo mejor en sus vidas y luchas. Reconocer y erradicar estos micromachismos es una tarea ineludible para construir espacios verdaderamente inclusivos y respetuosos, donde el «No es No» se entienda y se respete, y en los que cada mujer pueda desenvolverse sin miedo ni condicionamientos.
Esta nota nos invita a reflexionar y hacer un poco de autocrítica.