En la era digital, dos dogmas parecen haberse arraigado profundamente en las redes sociales, especialmente entre sectores jóvenes y de derecha: «Hablemos sin saber» y «Opinemos libres». Estas expresiones reflejan un fenómeno preocupante: la proliferación de opiniones vacías de argumentos sólidos, muchas veces basadas en contenidos ajenos y reacciones superficiales que evidencian un alarmante grado de analfabetismo histórico y político.
Este fenómeno se manifiesta con claridad en la forma en que algunos usuarios discuten temáticas complejas como el socialismo, el marxismo o el peronismo, sin haber leído siquiera un libro al respecto. Más aún, las discusiones económicas son relegadas a conceptos básicos y simplistas como «Compitan» o «Bajen precios», sin que quienes los emitan hayan tenido experiencia real en costos o gestión de negocios.
Un aspecto particularmente grave es la monetización en plataformas digitales de cualquier opinión, sin importar su veracidad, procedencia o si está basada en información chequeable. Esto genera una generación que crece aferrada a sus propios convencimientos y sesgos, sin siquiera consultar otras ideologías o fuentes para debatir con argumentos fundados.
Lo más preocupante es la llegada de esta cultura a la televisión, donde entrevistados que repiten estas lógicas obtienen espacios mediáticos y son validados con asentimientos visibles, dificultando discernir si la desinformación está en ellos, en el periodista o en ambos. Este círculo vicioso alimenta un rebote mediático que extiende la superficialidad y erosiona el debate público.
El desafío para la sociedad y los medios es revertir esta tendencia, promoviendo la educación política e histórica, el pensamiento crítico y el respeto por el conocimiento, elementos indispensables para construir discusiones más enriquecedoras y responsables.