JAVIER MILEI Y LA FALSA EQUIVALENCIA CON EL 2001: UNA LECTURA NECESARIA DEL CONTEXTO SOCIAL ARGENTINO

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Es frecuente escuchar que Argentina se encuentra al borde de un estallido social similar al de 2001, pero esta comparación no se sostiene al analizar la realidad política y social actual. El gobierno de Javier Milei es, sobre todo, un producto del desgaste y las malas gestiones previas, principalmente las de Mauricio Macri y Alberto Fernández, así como del desencanto de un sector del electorado que buscó una salida contra la «Casta» política tradicional.

A diferencia de entonces, no se observa en la sociedad una masa amplia y organizada reclamando cambios profundos con intensidad popular. No hay cacerolazos generalizados ni manifestaciones masivas que reflejan un estallido de bronca social. Esta “tensa calma” responde a diversos factores: la inacción o moderación mayoritaria dentro de la CGT, la contención de algunos movimientos sociales, y también al papel del periodismo militante de corte liberal que acompaña este proceso.

Uno de los elementos más dañinos en este escenario ha sido la consolidación de un discurso de odio basado en invenciones o supuestos delitos, con afirmaciones como que se robaron “1 PB1” o “toda la Argentina”. Esto no niega que haya hechos de corrupción —los ha habido en todos los gobiernos—, pero distorsiona el debate político al convertir la crítica en una construcción narrativa más basada en la descalificación que en la propuesta.

Desde lo ideológico, la realidad argentina no se parece a países como Uruguay, donde la alternancia entre derecha e izquierda es más clara y con competencias democráticas sólidas. Aquí, los relatos construidos por las fuerzas liberales y neoliberales se han dedicado sistemáticamente a estigmatizar al peronismo y al “campo nacional y popular”, buscando deslegitimar sus avances en políticas inclusivas y colectivas.

Paradójicamente, los mejores gobiernos en términos de inclusión social fueron aquellos que favorecieron el trabajo digno, el desarrollo industrial, el consumo interno y la independencia económica, sin depender excesivamente del FMI. Sin embargo, estas experiencias se minimizan o ignoran en el relato dominante que pretende que la crisis se debe a esas políticas.

Esta narrativa ha calado tan hondo que muchos votantes de Cristina Fernández de Kirchner en 2011 se sintieron defraudados años después, permitiendo que candidaturas como la de Milei ganaran espacio en una parte significativa del electorado —un núcleo duro que ronda el 25%— convencidos de que «primero sufrir para después reír» es el camino correcto.

En definitiva, la situación actual es compleja pero no refleja un colapso social como el de 2001, sino más bien un escenario marcado por la manipulación discursiva, la polarización política y la falta de respuestas efectivas que negocian la profundización de los derechos sociales con la estabilidad económica.

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