En el debate económico contemporáneo, el discurso libertario ha ganado terreno posicionando el déficit cero como una fórmula infalible para la estabilidad fiscal y el crecimiento.
Sin embargo, esta relación funciona muchas veces como un mecanismo de ajuste permanente que termina afectando directamente a la clase trabajadora. Aferrarse al déficit cero, lejos de ser una solución, puede profundizar la recesión, pisar los salarios y disminuir la demanda económica.
El principal problema de obsesionarse con el déficit cero es que la reducción del gasto público, sin un plan estratégico y sin fortalecer la economía real, provoca una caída sensible en la demanda interna. Esta baja de la demanda termina por hundir la actividad económica, con efectos claros sobre el empleo y el poder adquisitivo de los salarios. Así, el ajuste fiscal se convierte en un círculo vicioso: menos gasto, menos consumo, más recesión y salarios que quedan estancados o directamente empeoran.
Contrariamente a lo que pregona esta visión, no existe una única receta para alcanzar el equilibrio fiscal. Es perfectamente posible lograr un superávit fiscal mediante el crecimiento económico sostenido, basado en una mayor producción, generación de empleo y expansión de las exportaciones. En ese escenario, un crecimiento real ayudaría a mejorar los sueldos y el bienestar general, haciendo que todos ganen mejor en lugar de sacrificar el bienestar de los trabajadores en pos de un número en las cuentas públicas.
El foco exclusivo en la macroeconomía, en cifras fiscales y déficit cero, es un dato efímero que muchas veces solo se sostiene gracias a una deuda externa o medidas transitorias. Sin embargo, si la microeconomía —las pequeñas y medianas empresas, el consumo local, el trabajo digno— no arranca, los buenos resultados macroeconómicos son solo “una tormenta de humo”, un espejismo pasajero que no resuelve los problemas de fondo ni mejora la vida de la mayoría.
En el contexto argentino, estas falacias quedan aún más evidentes. Propuestas como la del economista libertario Javier Milei para 2025, que abogan por déficit cero estrictos, han sido duramente cuestionadas por economistas y movimientos sociales. Su aplicación de recorte implica severos en el gasto público, que impactan directamente en la educación, la salud, los servicios públicos y los derechos laborales, provocando un ajuste que premia a sectores privilegiados y castiga a la gran mayoría.
En definitiva, camuflar un ajuste permanente con la bandera del déficit cero es una receta que no solo limita el crecimiento sino que lo hace a costa de la clase trabajadora. La política fiscal debe ser integral, buscando un equilibrio que combine estabilidad con políticas activas que impulsen la economía real, la producción y un trabajodigno.
Solo así será posible construir un modelo económico que no se base en falacias simplistas y que beneficie a toda la sociedad, no solo a unos pocos.