Desde que Argentina recuperó el interés por la política en 2003, vivimos un período de reencuentro con la esperanza. Hubo un momento, casi un enamoramiento colectivo, donde la sociedad pareció unirse con el propósito de empujar en una misma dirección, convencida de que la salida era conjunta.
Las políticas públicas implementadas por el gobierno de Néstor Kirchner, que permitieron saldar la deuda externa y reactivar el mercado interno con un crecimiento sostenido, generaron un impacto profundo. El empleo y las políticas sociales de ayuda a los más vulnerables fueron pilares que permitieron a muchas personas salir de la pobreza y, por un tiempo, sentir que eran parte de una clase media en expansión.
El Surgimiento de la División: Cuando Crecer Desata el Resentimiento
Sin embargo, este panorama no fue celebrado por todos. Muchos de quienes ya pertenecían a esa clase media, o se consideraban parte de ella desde hace tiempo, comenzaron a ver con desprecio este ascenso de un sector social que antes consideraban «inferior». Fue en este punto donde los grandes medios hegemónicos de comunicación jugaron un papel crucial, construyendo un relato insidioso: si «los de abajo» crecían, la clase media perdía.
Por supuesto, esta narrativa era una falacia. El crecimiento de un sector no implicaba necesariamente la disminución del otro. Sin embargo, no se podía tolerar que familias que históricamente habían estado excluidas de ciertos bienes básicos —bienes que, por un tiempo, fueron privilegio de unos pocos— ahora pudieran acceder a ellos. Esta visión de «suma cero», donde el progreso de unos se percibe como la pérdida de otros, sentó las bases de un resentimiento que aún hoy resuena.
El Odio en la Era Digital: La Amplificación de la Violencia
Ese odio, impregnado en la sociedad, no solo persiste, sino que se ha magnificado exponencialmente con la irrupción de las redes sociales. Plataformas como X (anteriormente Twitter) o páginas de Facebook con nombres como «Indignados» o «Coherencia por Favor», se han convertido en verdaderos foros de linchamiento digital. Cuentas con una clara agenda «libertaria» se dedican diariamente a insultar, escrachar y denigrar a personas por el simple hecho de tener una visión colectiva de la vida, de creer en el apoyo mutuo, o, como se dice ahora, en que «nadie se salva solo».
El rechazo a la solidaridad y a la movilidad social ascendente es tan visceral que llega a niveles irracionales. Se observa una profunda infelicidad en quienes propagan estos discursos, que se manifiesta en una especie de «caza de brujas» contra individuos, incluso aquellos que egresan de una universidad pública, por el solo hecho de representar el ascenso social impulsado por el Estado.
Más Allá de lo Económico: La Crisis Social y Cultural
El problema de Argentina no es solo económico; es, en gran medida, social y cultural. Se ha arraigado la idea absurda de que la ascendencia social o la justicia social son un mal para el país. Es una paradoja hiriente en un país de tradición católica, donde la «justicia social» debería ser un principio fundamental, y sin embargo, es considerada una aberración por amplios sectores.
Esta distorsión de valores es alarmante. Una sociedad que vota con odio, cegada por el resentimiento hacia el otro que progresa, suele pagar un precio altísimo. Las lamentaciones por la pérdida de trabajo, la disminución de la calidad de vida o el deterioro general de la sociedad son la consecuencia directa de estas decisiones emocionales. Y aun así, algunos prefieren seguir sufriendo, con tal de que «tal» no regrese al poder, o con tal de que el «otro» no reciba ayuda.
Este discurso de odio ha calado tan hondo que ha erosionado la capacidad de debatir con argumentos. La emoción ha reemplazado a la razón, el insulto al diálogo. Y en este escenario, la democracia se debilita cada día más, alejándose de los principios de consenso y respeto mutuo que la sostienen. Es tiempo de reflexionar sobre el daño que el odio social le está causando a nuestra sociedad y al futuro de Argentina.