En la Argentina de hoy, la calesita del endeudamiento gira cada vez más rápido y con menos salida: el préstamo para pagar el préstamo anterior, que a su vez fue tomado para saldar la refinanciación de la tarjeta de crédito, se ha convertido en una trampa de la que miles de familias no logran escapar. El final, advierten los especialistas y los propios bancos, está a la vista: ya no hay más plata, ni créditos, solo deuda.
Según datos recientes del Banco Central, los pagos de tarjeta de crédito se encuentran en su nivel más bajo de los últimos tres años, mientras que la morosidad en créditos personales alcanzó máximos históricos de las últimas dos décadas1. El fenómeno, que recuerda a la crisis de los años noventa, se traduce en un círculo vicioso donde cada vez más personas recurren a nuevos préstamos para cubrir consumos básicos o, directamente, para pagar los saldos de sus tarjetas.
El panorama es alarmante:
Morosidad en créditos personales: trepó al 4,6% en abril, el nivel más alto en 20 meses.
Morosidad en tarjetas de crédito: escaló al 3,2%, récord en más de tres años y medio.
Cheques rechazados: casi al 3%, el mayor nivel en cinco años.
“El aumento de la morosidad comenzó a convertirse en un tema relevante”, reconoció Miguel White, director del Banco Nación.
Esta situación se da en un contexto de caída del poder adquisitivo y precarización laboral. El crédito, que alguna vez fue un recurso para consumos extraordinarios, hoy se usa para comprar comida y cubrir necesidades esenciales. “La gente la usa para comprar comida porque no llega a fin de mes”, explicó el economista Agustín Lodola.
El contrasentido es que, mientras la narrativa oficial habla de reactivación económica vía expansión del crédito —que creció más de un 90% en el último año según IAERAL—, la realidad muestra que la deuda con tarjeta aumentó un 83% interanual en términos reales, revirtiendo la tendencia a la baja de los años anteriores. Pero esta expansión se da con tasas de interés que se duplicaron en pocos meses: la tasa efectiva mensual para créditos personales pasó del 1,9% en febrero al 4,1% en junio, encareciendo aún más el financiamiento y elevando la presión sobre los deudores.
“Un modelo financiado, si no mejora el ingreso real, se convierte en una trampa. El problema es que no hay modelo, si no hay mejora del ingreso y cualquier deuda se vuelve impagable. Así se trate de personas, empresas o soberanos”, advirtió un directivo de un fondo de inversión.
Los bancos, por su parte, ya encienden sus alarmas: las acciones de las principales entidades financieras argentinas cayeron un 30% en lo que va del año, y los niveles de incobrabilidad se disparan a medida que se agota la capacidad de endeudamiento de las familias.
La calesita del crédito fácil y el endeudamiento sin salida parece estar llegando a su fin. El mensaje es contundente: no hay más plata, ni créditos, solo deuda. Y el sistema financiero, como en los noventa, vuelve a enfrentarse a su propio límite.