El 16 de mayo de 2003, la ciudad marroquí de Casablanca fue escenario de una serie de atentados suicidas coordinados que dejaron al menos 45 muertos y cientos de heridos.
Los ataques, perpetrados por grupos islamistas radicales, tuvieron lugar en varios puntos estratégicos, incluyendo un centro judío y un complejo turístico.
Este trágico suceso puso en evidencia la amenaza del terrorismo en el norte de África y la necesidad de cooperación internacional para combatirlo. Las autoridades marroquíes reforzaron las medidas de seguridad y emprendieron una campaña contra las redes extremistas.
El atentado de Casablanca fue un doloroso recordatorio de los desafíos globales en materia de seguridad y convivencia.
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