El 15 de abril de 1953 , la Plaza de Mayo, símbolo del poder y la vida cívica argentina, fue sacudida por un atentado con bombas que dejó seis muertos y más de 90 heridos . Ese día, durante un acto organizado por la Confederación General del Trabajo (CGT) en apoyo al presidente Juan Domingo Perón , la violencia política alcanzó uno de sus puntos más trágicos en la historia del país.
Mientras Perón pronunciaba su discurso desde el balcón de la Casa Rosada ante una multitud de trabajadores, dos bombas explotan en el centro de la plaza. Una de ellas lo hizo cerca de la fuente ubicada frente al Cabildo; la otra, unos metros más allá. Los explosivos habían sido colocados estratégicamente para causar el mayor daño posible. La escena fue caótica: cuerpos en el suelo, gritos de desesperación, humo y confusión.
El ataque fue atribuido a sectores vinculados al antiperonismo más radicalizado, particularmente ligados a sectores nacionalistas y conservadores que buscaban desestabilizar al gobierno. La represión no tardó en llegar: esa misma noche, grupos de militantes oficialistas incendiaron las sedes del Partido Socialista, la UCR y el diario La Prensa . El clima de polarización política se profundiza aún más.
Este atentado marcó un antes y un después en la historia política del país. Fue la primera vez que un ataque de esta magnitud se dirigió directamente contra un acto político masivo en Argentina. También anticipó los niveles de violencia política que crecerían con fuerza en la década siguiente y que alcanzarían su punto álgido en los años 70.
A 72 años de aquel atentado, el recuerdo de las bombas en Plaza de Mayo no solo remite al dolor de las víctimas, sino también al riesgo de una sociedad fracturada por el odio político . En tiempos de desencuentros, mirar hacia atrás y comprender la magnitud de esos hechos puede ser una herramienta para valorar el diálogo, la memoria y la paz democrática.