La profanación de la tumba de Juan Domingo Perón, un hecho que conmocionó a Argentina, ocurrió el 29 de junio de 1987.
En la madrugada de ese día, un grupo de delincuentes irrumpió en el mausoleo de Perón, ubicado en el cementerio de la Chacarita en Buenos Aires.
Los profanadores, utilizando herramientas de precisión, abrieron el ataúd de Perón y le amputaron las manos. Este acto de barbarie fue percibido como una agresión no solo hacia la figura histórica de Perón, sino también hacia el movimiento peronista y sus seguidores.
La motivación detrás de este crimen nunca fue esclarecida por completo, aunque se manejaron varias teorías. Algunas hipótesis sugerían que el objetivo era obtener un rescate millonario por las manos, mientras que otras especulaban sobre una posible venganza política o una advertencia.
La profanación generó una ola de indignación y repudio en todo el país. El entonces presidente Raúl Alfonsín condenó enérgicamente el hecho y se comprometió a encontrar a los responsables, pero la investigación no logró resultados concretos y el caso quedó sin resolver.
Este episodio dejó una marca profunda en la memoria colectiva argentina, simbolizando la persistencia de las divisiones políticas y la violencia simbólica en la historia del país. En 2006, los restos de Perón fueron trasladados a un mausoleo en San Vicente, su residencia personal, en un intento por proteger su memoria y brindar un descanso más seguro a uno de los líderes más influyentes y controvertidos de la Argentina del siglo XX.