El 31 de marzo de 2009, Raúl Alfonsín, primer presidente democrático de Argentina tras la última dictadura militar (1983-1989), falleció a los 82 años víctima de un cáncer de pulmón. Su legado como símbolo de la transición democrática y defensor de los derechos humanos sigue vigente.
Alfonsín, abogado y líder de la Unión Cívica Radical, asumió en 1983 tras las elecciones que cerraron el ciclo de golpes de Estado. Su gobierno se centró en juicios a los responsables de crímenes de lesa humanidad durante la dictadura (1976-1983), aunque también impulsó leyes de impunidad como la Ley de Punto Final y la Ley de Obediencia Debida, que luego fueron derogadas.
El exmandatario murió en su casa de Buenos Aires tras una descompensación por neumonía broncoaspirativa. Miles de personas se reunieron frente a su hogar, entonando el himno nacional y encendiendo velas. Su funeral, con 80.000 asistentes, incluyó un duelo nacional de tres días y la presencia de expresidentes como Carlos Menem y Néstor Kirchner.
Alfonsín es recordado como el «padre de la democracia moderna» por su rol en la transición postdictadura. Sin embargo, su gestión económica y las leyes de impunidad generaron críticas. Con el tiempo, su imagen se rehabilitó: en 2018, una encuesta lo posicionó como el presidente mejor evaluado de la democracia argentina.
Su muerte influyó en las elecciones legislativas de 2009, aumentando el apoyo a la Unión Cívica Radical. Líderes internacionales como Barack Obama y José Luis Rodríguez Zapatero destacaron su compromiso con los derechos humanos. Sus restos descansan en el Cementerio de la Recoleta, con una inscripción del preámbulo de la Constitución Nacional que refleja su visión de país